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Espiritualidad nueva para nuevos estudiantes

La desafección de las y los jóvenes de las religiones – sobre todo las históricas –  es un hecho innegable hoy en día. Los estudios dan cuenta de un alejamiento de cualquier expresión de fe por parte de estas nuevas generaciones. Miran distantes la fe profesada por su familia inmediata, cuestionan la moralidad de las instituciones religiosas, ironizan respecto a las creencias en una divinidad trascendente, asumen posturas radicales y diversas en sus estilos de vida.

El panorama puede ser desalentador para los agentes religiosos, en especial para quienes se desenvuelven en el ámbito de la educación (eclesial y escolar), pues el reto es cómo impartir las enseñanzas de la fe en un ambiente indiferente e incluso, a veces, hostil, de rechazo. Pero, al mismo tiempo, puede ser el punto exacto de inflexión para generar un cambio radical en la aproximación a las y los adolescentes, así como en los modelos pedagógicos.

¿Se podría decir que vivimos una crisis de la espiritualidad? Convengamos en que la palabra crisis en nuestro pensamiento occidental está asociado más bien a la idea de una reflexión crítica, a un cuestionamiento interno, de examinación profunda del entorno, en este caso religioso, y de sus circunstancias. Visto así, no es la espiritualidad la que se halla en entredicho, sino que toda expresión social que se supone, es la canalizadora de esa espiritualidad. Por consiguiente, mientras las organizaciones religiosas estén en el centro del cuestionamiento infanto-juvenil, los sistemas educativos se verán confrontados por estas generaciones. En resumen, son los sistemas religiosos los que están en medio de la crisis.

Entonces, no es la espiritualidad la que está en crisis. Ahora bien, si la definimos como esa dimensión interior del ser humano que lo conecta con lo divino según ciertos ritos o cultos predeterminados por dogmas o doctrinas… esa noción sistemática y racional es la que está en crisis. Esa es la espiritualidad que en la actualidad no goza de simpatía ni de interés por ese segmento etario.

Pero si la espiritualidad la entendemos como esa particularidad única y exclusiva de todo ser humano, que nos conecta con un sentido de trascendencia e integralidad con la divinidad, con uno mismo y con la humanidad; esta espiritualidad no está en crisis. Al contrario, es el punto de partida y de una búsqueda inquieta y novedosa por parte de niñas, niños y jóvenes.

Estamos en presencia de una nueva espiritualidad. Ya no se trata del adoctrinamiento religioso ni de la fijación de ritos y prácticas culturales. La espiritualidad dejó de ser el dictado de las normas o reglas de cómo se debe vivir la fe personal, siempre disociada de la vida en comunidad. Ahora esa espiritualidad es sentida, porque precisamente involucra todos los sentidos y traspasa todas las emociones. La espiritualidad se vive, se siente y se experimenta. No se racionaliza; no se sistematiza. Es sentimiento humano que conecta con Dios y con la humanidad.

La espiritualidad nueva es conexión. Si hay un sello distintivo en el mundo infanto-juvenil es el de la conectividad. La “multiconectividad” y las multitareas, todo en la inmediatez de lo sincrónico, les permite estar abiertos y dispuestos a vincularse con un universo más amplio que el de la realidad cercana a la escuela. La paradoja es que esa conexión es más con la virtualidad que con la humanidad concreta y real. A pesar de esto, poseen una sensibilidad única para relacionarse afectivamente con sus pares, con actitudes más abiertas, sinceras, desinhibidas y “de piel”. Esa misma conexión les hace ser más tolerantes y menos prejuiciosos con las minorías sexuales. También son más cercanos con las personas excluidas, porque valoran la inclusión de todo tipo de personas, pues aprecian la diversidad.

Este es el espacio de proximidad en el cual la pedagogía de lo religioso debe explorar y vincularse con esta generación a fin de desarrollar nuevas manifestaciones de espiritualidad, que les faciliten el reconocimiento, la validez y la necesidad de “lo espiritual” en el ser humano.

La espiritualidad nueva es humanidad, que marca una distancia de sentido con la palabra humanismo. La espiritualidad en el ámbito educativo debe enfocarse en la búsqueda de la singularidad del ser humano. Esa búsqueda será la gran aventura, desafiante en cuanto a levantar más preguntas que a dar respuestas hechas. Al mismo tiempo es proponer el desafío de proyectos de alcance humano, del accionar en hacer el bien y de abrazar al prójimo; incluso sumarse a una causa social antes que derive en lo espontáneo, y ese es el riesgo, en incursiones sectarias o conductas autodestructivas.

Excluir, censurar, prejuiciar, descalificar, es el camino contrario al acompañamiento para estas y estos nuevos estudiantes, dispuestos más de lo que imaginamos o suponemos a vivir una espiritualidad nueva.

Marcelo Valenzuela Norambuena

Licenciado en Educación

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